Comprendo, querido Lucilio, que no solamente mejoro, sino que me transformo. Aunque no prometo ni espero ya que no quede en mí nada que necesite cambiar. ¿Por qué no ha de haber mucho que deba corregirse, reformarse o perfeccionarse? Esto prueba que mi alma está cambiando a mejor, que reconoce defectos propios que antes no conocía. Se felicita a algunos enfermos cuando empiezan a sentir el mal.
Así pues, quisiera compartir contigo este repentino cambio que se ha producido en mí; entonces comenzaría a tener una fe más firme en nuestra amistad, en esa amistad verdadera que ni la esperanza, ni el temor ni el interés podrían alterar, en esa amistad con la que los hombres mueren y por la que mueren. Te presentaré a muchos que no carecieron de amigos, sino de amistad, pero eso no puede acontecer entre quienes se asocian por idéntica inclinación para buscar la virtud. ¿Y por qué no puede suceder esto? Porque saben bien que todo es común entre ellos, y principalmente las adversidades.Extracto de la carta IV. La verdadera amistad dirigida a Lucilio