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sábado, 28 de marzo de 2020

Fresa dulce

Buda contó una parábola en un sutra:

Un hombre que cruzaba un campo se encontró con un tigre. Huyó y el tigre corrió tras él. Al llegar a un precipicio se agarró a la raíz de una vid silvestre y quedó colgado del borde. El tigre lo olisqueaba desde arriba. El hombre, tembloroso, bajó la vista y vio que muy abajo, al pie del precipicio, otro tigre aguardaba para devorarle. Sólo la vid le sostenía.

Dos ratones, uno blanco y otro negro, se pusieron a roer poco a poco la vid. El hombre vio una suculenta fresa cerca de él. Aferrándose a la vid con una mano, arrancó la fresa con la otra. ¡Qué sabor dulce tenía!


He rescatado este cuento Zen pues hoy gran parte de la humanidad estamos en esta situación. Colgados de una vid que vemos como es destruida por unos ratones y que nos deja sin lugar a donde asirnos.
Mis pensamientos se dirigen a todos aquellos seres humanos que están sujetos a esa misma vid desde hace años, desplazados por guerras y otros conflictos, en tierra de nadie, abandonados a su suerte. 
Así nos sentimos muchos ahora, en falso estado del bienestar, donde esto jamás podía ocurrir. Pues ocurre. Ancianos abandonados a su suerte, sanitarios atendiendo y enfermando por no tener medios...angustia vital.
Siempre hay que ver el lado bueno, esa fresa dulce. ¿Servirá para aprender? A mí me está sirviendo para ponerme en la piel de aquellos que lo han perdido todo y han venido a buscar ayuda a nuestras fronteras y se han encontrado con otro tigre que no los deja pasar.
Al coronavirus no lo paran fronteras, no distingue clase, raza ni nacionalidad, nos hace iguales...ante lo que somos, seres de carne y hueso, todos, sin excepción.

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