Uno no puede andar creyéndose todo lo que le dicen.
Mientras siento la lluvia acomodándose a cada rincón del jardín, recuerdo algunas palabras: el agua es insípida, incolora, inodora.
Estas palabras son rimbombantes y graciosas, pero siempre tuve la sospecha de que en una gota de agua cabían más “características” que las que se pueden enumerar en dos renglones de hoja.
A través de los años he degustado cada lluvia cercana y las ideas se fueron empapando de nuevas hipótesis.
Si el agua huele no estoy seguro, pero puedo afirmar que tiene la capacidad de intensificar los aromas de las cosas y personas sobre las que cae.
A quien tenga duda de eso, lo invito a acercar nariz a un caballo recién llovido, a respirarse la tierra, los árboles, las piedras, el verde, los pastos y todo lo que te rodea.
¿Sin color? Tal vez, pero como creerlo cuando la vemos jugar con la paleta completa de colores, al cruzarse con una gota de luz.
Y basta dejar abierta la boca, para atrapar en una gota todo el campo reverdeciendo y comprender el sabor de los caminos.
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